El día 21 de Junio (sábado), a las 9,30 horas de la mañana, 19 aguerridos jinetes e intrépidas amazonas se reúnen en las instalaciones de Caballerizas Bikuña (Alava) iniciando los laboriosos preparativos para el desarrollo de una marcha de ida y vuelta, de dos días de duración, a la localidad navarra de Zudaire, distante unos 35 kilómetros, en lo que promete ser al mismo tiempo que una bonita excursión, una apasionante aventura y sin duda un reto físico en especial para los mas talluditos.
El grupo heterogéneo, compuesto por personas de distintos orígenes y edades y procedentes de las tres provincias vascas, resulta tan variopinto en su composición como unido en su común afición, lo que le convierte en una explosiva y bulliciosa entidad con vida propia donde el jolgorio, la chanza sana y la incondicional camaradería arropan en cariñoso abrazo a todos sus componentes.
Un sol, ya casi desconocido por esta geografía, parece querer anunciar la efectiva llegada del verano, mientras con vigor creciente se encarama al azul rubicundo cielo despejado, cuando el grupo comienza la ascensión de las primeras rampas de la sierra de Urbasa, a través de la cual discurrirá la mayor parte de nuestro recorrido.
Habitualmente al placer de la marcha, se le añaden las pequeñas incidencias a la hora de abrir y cerrar las puertas que controlan los espacios ganaderos, función que de forma casual y aleatoria se encarga de realizar cada jinete a su manera, unos a caballo, otros pié a tierra, pié a barro, rodilla a charco, etc…lo que constituye un excelente ejercicio de entrenamiento para las diferentes disciplinas que practican.
Una vez arriba, el espacio se abre en verdes praderas que proyectan su colorido dentro de los entusiasmados ojos de los jinetes que brillan intensamente empapados de una euforia a duras penas contenida. Los caballos comienzan a retrotar nerviosos ante la perspectiva inminente de la rienda suelta al deseado galope y, de pronto, a una señal del jefe, los caballos saltan, el paisaje parece querer penetrar de golpe en la cabeza a una velocidad endiablada, el viento azota los rostros y la ropa, los músculos en tensión y las gargantas lanzando agudos gritos al aire, mientras la adrenalina se dispara empapando hasta la última neurona.
Así una galopada tras otra, interrumpidas por oportunos trotes y pasos en formación, dejando atrás manadas de caballos y rebaños de vacas y ovejas, vamos llegando al lugar elegido para dar cuenta de nuestro reparador y surtido almuerzo. Es de nuevo el momento mas entrañable de convivencia en el grupo, vuelven las chanzas, el intercambio de sensaciones y experiencias, la hora en que el centauro descubre al ser humano. También es el momento de atender a nuestros socios de equipo, se comprueba el estado de las herraduras, se tratan con agua los posibles golpes de calor debidos a la alta temperatura, se les mima…
Y de nuevo, tras un par de horas de descanso reanudamos la marcha por las orillas de los acantilados mientras majestuosos buitres planean a muy pocos metros de nuestras cabezas en piruetas de acrobacia aérea que observamos con la boca abierta sobrecogidos en una mezcla de recelo y admiración.
La tarde avanza mientras nosotros bordeamos el Balcón de Pilatos, impresionante acantilado bajo el que se produce el nacimiento el río Urederra, que no se llama así por casualidad sino por la vistosidad cromática de sus aguas de color levemente turquesa.
Cuando el camino comienza a descender en estrecha y pedregosa pendiente, el buen juicio aconseja ponernos a caminar al lado de nuestro querido compañero equino con quien, binomio a binomio, realizamos la costosa y sacrificada bajada hacia el horneado valle que a modo de forja iba haciendo mella en nuestra, hasta entonces, indómita determinación. El silencio se apoderó entonces del grupo, que en hilera se estiraba, hasta unos 100 metros. Silencio acompasado por el golpeo de los cascos con las rocas y roto habitualmente por las ininteligibles conversaciones entre las parejas: uuoooohhhhhh!, ¡Chate pallá que me pisas!, ¡vale, vale!, theeeg tehhg, soooooohhh, ¡meca…chisss!.....
Como aunque sea tarde, todo llega a su fin y no hay mal que 100 años dure ni cuerpo que lo resista, al cabo de tres cuartos de hora de intenso sufrimiento llegamos al bonito pueblo de Bakedano, de cuyo bar sacamos al exterior unas heladas jarras de cerveza con gaseosa entre cuyos refrescantes efluvios no tardamos en recuperar ánimos y sintonía y con ellos la palabra inteligente que durante los minutos anteriores se había negado a acudir a nuestra boca.
Tras refrescar a los caballos en el abrevadero y obsequiar con un breve paseo a lomos de los caballos guiados a todo infante que en buen número se acercó atraído por la belleza de los animales, el exotismo de los jinetes y lo inusual de tal concentración ecuestre, nos dirigimos en un leve paseo al trote hasta nuestro ya próximo destino, Zudaire, en donde nos esperaban las asistencias con el coche de apoyo que trasladó nuestros equipajes hasta el hotel donde pasaríamos la noche.
Después de la prioritaria atención debida a nuestros caballos, nos dirigimos a nuestros aposentos donde con una deseadísima ducha nos desprendimos de ropa y suciedad y yo de las botas camperas que para mi desconsuelo había estrenado en esta jornada y que con absoluta desesperación había visto incrustarse en la piel de mis pies a lo largo de aquella interminable bajada.
La satisfacción mas profunda dominaba a todos los miembros del grupo que sentados alrededor de la larga mesa del comedor nos disponíamos a cenar entre felicitaciones mutuas, parabienes, comparaciones, chascarrillos e historias traídas a colación a veces por los pelos pero que amenizaron junto con chistes nuevos y viejos la velada que luego se alargó al frescor nocturno del porche exterior del hotel hasta la hora, no muy avanzada, que consideraron prudencial nuestros maltratados cuerpos, de retirarse a descansar.
A la mañana siguiente, limpios, descansados y con renovados ímpetus, una vez atendidos y enjaezados nuestros caballos y tras un frugal desayuno, nos dispusimos a iniciar el camino de vuelta con alguna ligera variación sobre el realizado el día anterior a la inversa.
De nuevo las, no por ya conocidas menos esperadas, sensaciones. De nuevo los maravillosos paisajes, los saludos a los excursionistas, las escenas con los garañones protegiendo sus manadas de yeguas, las vacas, las ovejas; los trotes largos, intensos y rítmicos; los galopes ahora cortos, ahora controlados, ahora tendidos; los esfuerzos, pie a tierra subiendo monte a través; las aves, mudos testigos de nuestras hazañas; el sol y el aire en la piel; la comunión con nuestras monturas; la naturaleza en maravillosa sobredosis corriendo por nuestras venas…
Y de nuevo estamos en el lugar de partida, dos días mas viejos, con 48 horas mas de experiencia a caballo, cansados pero orgullosos, conscientes de haber sido protagonistas de una aventura que no se vive todos los días, con multitud de anécdotas y sucedidos que estamos deseando contar a nuestro entorno particular, con vivencias intensas pero no irrepetibles, porque si para algo faltó tiempo cuando llegamos a las instalaciones de Caballerizas Bikuña fue para fijar la fecha de nuestra próxima salida ecuestre: el 30 de Agosto. ¡Volveremos!
Estáis invitados. Nos vemos.
Cowgizon.
Fotos de Alfredo Lizarralde.
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